Si el hombre come solo y pone el oído atento
con horror medular empezará a comprender de pronto qué es la tierra.
No la tierra volcada, sino
la esparcida con la mano.
La que está en lo más hondo, como el cuerpo enterrado,
es indiferente al resultado de las batallas.
Y la que está en la superficie, como el lenguaje,
y el lenguaje como espejo del alma,
desea de pronto el aguardiente de los guardas del cementerio…