Desde la aldea

Me acuerdo bien: era un hermoso día de verano,

alrededor del mediodía… Los escarabajos trabajaban en las boñigas,

mientras una lagartija recorrió mi libro

y, embarazada, carraspeó en la zarza de frambuesas.

Luego empezaron a ladrar los perros, señal de

que estaba ahí el cartero.

Llamado a la valla del guardabosques,

me encontré allí convocado

al tonto del lugar… Yo recibí entonces

un mensaje en verdad nefasto

y él el subsidio de los pobres.

Momentos tan estrepitosos le resultan insoportablemente duros,

aunque supiera que los címbalos pesan sólo nueve kilos,

semejantes momentos le daban esperanza

en todos los quesos del mundo y en el ponche:

semejantes momentos eran para él tan espectaculares

y tan solemnes que cuando tuvo que confirmar

con su firma el recibo de aquella nimiedad,

empezó a temblar y preguntó y lo hizo bruscamente:

«¿Acaso tengo que quitarme el abrigo?».