La serpiente, como una constelación, estuvo tan cerca de las mujeres
tal vez para que despreciaran la noche de bodas
en que cohabitaron con un dios
sucio de apio hasta las orejas.
Los hombres, al contrario, prefirieron a las más distantes diosas,
se acostaron con ellas y las hartaron de cuadros,
y todavía hoy siguen admirando el desagüe del retrete
que ha sobrevivido al palacio de Knosos.