Incluso para los más altos, como Apolo con la sinuosa serpiente de la lira,
y Marsyas con la enhiesta raíz de la flauta,
solía ser una liberación entrar en la mancebía,
pintada de almagre y yeso,
ciertamente con los colores cotidianos que, de todos modos,
adhesivamente arqueados,
aludían al convexo trabajo de las mujeres
y de las sanguijuelas clavadas en la vena.
Pero también a los más altos sucedía
que salían disparados en sus monturas hacia la abnegada naturaleza
y de no ser porque bajo las patas de los caballos
corría Hércules —de negro ojete—
no hubieran sido originados los templos
que tienen columnas sólo delante,
y no habría acontecido la destrucción de todas las ciudades…