El rojo cordel de la meretriz Rahab
obligó a la muda abnegación del hombre a una conversación de toda la noche,
mientras que la mujer llevaba en los pensamientos leña
para la quema de los falos… Pero el hombre también bebió
y apagó, por tanto, las columnas de fuego, las apagó con una emotividad,
que casi nunca se cumple, ya que todos tienen miedo,
mientras que la mujer, con las faldas quemadas en el bajo vientre
y oyendo fuera el aguacero,
y pensando en los momentos de aridez de los santos,
dijo amargamente y, desde luego, ya desde sus ingles:
«El mal en uno está vivo no porque respira,
sino porque es inocente».