¿Por qué una gata, chupando el pincel de Picasso,
no iba a recordarme el deseo de la mujer
tan espiritualmente reprimido
que hace que alguna (sobre todo al oír el crujido de la silla de montar)
abra una arteria al caballo y beba su sangre,
y otra le recubra las mejillas con barba de monja?
La sencillez del peligro ha impuesto siempre
hasta hoy el mero presente.
Y ya casi humano dios está incluso en el infierno…