Sin sepultura

En bosques tan profundos que tuviste que pensar

en las ocultas causas y en la negación de los accidentes,

viste junto al apoltronado musgo

un puñado de costillas lavadas como un filtro para el requesón,

nariz, peluca y botón de estaño.

Sin querer evidenciar que el muerto era zurdo,

no lejos de las esparcidas uñas

vivía la última fresa del veranillo de San Martín…

Y estaba tan enrojecida que tu miedo fue abrasador,

tu desnudez incierta

y tu mente irritable.

Más abajo en la aldea te dijeron luego: aquella vez volvía

de nuestra fiesta. Era una noche oscura,

un céntimo menos. Se perdió.

Y lo que no entró en el estómago del jabalí

se lo llevaron las hormigas y los zorros…