Un único lauroceraso dejado un día para semilla,
cortó con cristalino diamante de olor
todas las ventanas baladoras
para que pudiera salir la música a la que gusta hablar del espacio,
pero miró a un lado y otro al mismo tiempo temerosamente
como el que orina en lugar prohibido.
El agitado delirio de los comensales,
agrietado en los ojos como esmalte de porcelana china,
desgarró sus notas sostenidas
en una envarante o labiada timidez
que buscaba rescate en todo lo que tiene nombre de arbustos.
Todo volvió luego a la estancia…
Pero la novia, borracha,
que tenía tantos vestidos como abrigos la rana,
estaba tan bella que nadie la vio
y fácilmente entonces oprimió bajo la rodilla
el dedo de su primer amante…