Amantes II

La calentura de las cerezas es tan oscurecedoramente hechicera

por las notas sin la música de la sangre —

la mudez tan palpablemente murmurada

por la saliva del sueño

que sale de la boca—

las entrañas del amante tan rabiosamente defraudadas

por la desnudez sin espejismo

y la marmórea corteza de la losa tan fácilmente mojada

en la aldea vertedora sin cementerio—

que, extraído el aguijón, incluso el amor,

en ausencia del mal, consiente como poco en el asesinato…