La calentura de las cerezas es tan oscurecedoramente hechicera
por las notas sin la música de la sangre —
la mudez tan palpablemente murmurada
por la saliva del sueño
que sale de la boca—
las entrañas del amante tan rabiosamente defraudadas
por la desnudez sin espejismo
y la marmórea corteza de la losa tan fácilmente mojada
en la aldea vertedora sin cementerio—
que, extraído el aguijón, incluso el amor,
en ausencia del mal, consiente como poco en el asesinato…