Oigo a un hombre que pregunta aterrado:
«Alegría, ¿tan mal estabas conmigo
que te has quedado sólo un segundo?
¿Acaso no te he amado, he sido asfixiante,
he interrumpido en ti el soplo de los dioses nocturnos
y no tenías suficiente silencio porque en mi interior, en aquel momento
el platero y el orfebre se peleaban por un diamante de entendimiento?».
Y oí cómo contestaba la alegría:
«No, no, ¡pero yo soy indetenible!».