Sucedió en las calles de Atenas, donde
el espacio se cortó, con la música, en cuadrilátero
convirtiéndose en manchas sobre el armiño del cubismo…
Inquieto, un poco más allá, estaba el guarda de las estatuas.
«¿Estatuas? —dijo—. Vienen a verlas sólo los niños,
niños callados… Pero el silencio de los niños
no varía cuando lo acompañamos en silencio los adultos,
no, sólo se prolonga…
Esa duración puede que aún la comprendan los poetas
que presienten que existen sólo tantas palabras
como tiempo hay en la visión…»