Innumerables ojos del fruto del saúco lanzados al sol,
preñada ceguera del hombre que brota en las tinieblas,
en las tinieblas, únicas
en permitir que él se aparezca a sí mismo
y después a ella, mera muchacha
que aquí, dándose de pronto cuenta, yace estupefacta
con el trueno de la música quemada
y con hierba en la tumba.