Hay muchas sonrisas.
Pero estoy pensando en la más difícil,
la sonrisa más simple.
Está profundamente incrustada, surcada en todos los sentidos
por el filo de la espada del vendimiador del tiempo:
es una sonrisa a la que falta sólo una arruga
para desenredarlo todo y estar a punto para el nombre de Dios en su totalidad.
Una sonrisa así se queda en el rostro
un poco más que la alegría de donde procede —
o bien es la sonrisa la que precede a la alegría
y desaparece
dejando la cara toda para la alegría sola.