Las cartas usadas y grasientas empezaron a asustarle en sueños.
Después se negó a comer y dio la orden
de quitar de las paredes todos los cuadros.
Y un día, él, siempre tan cuidadoso con las llaves,
lo dejó todo abierto y se fue
sin coger siquiera el sobretodo, aunque estaba helando
y era enero, precisamente el mes en que por los suburbios
aparecen los perros ajenos, abandonados por sus dueños
solamente para no pagar el «impuesto»…
El viejo, al parecer, había muerto debido a un martillo
que se le había caído a un tejador.
Poco después de su muerte me lo encontré en las escaleras de la colina de Letna.
Pedía limosna pero la aceptaba solamente de los que bajaban
y era por ello más ligera…