En la menor amarra

Se me acercó justamente cuando llegábamos

a la última parada del tranvía…

Señalando hacia debajo de los asientos

dijo con una sonrisa: ¡Fíjese usted,

alguien dejó allí olvidado un chanclo de goma!…

Vi, en efecto, su oquedad y me imaginé

el pie calado precisamente chapoteando en el barro,

pero él, ya con alegría en la voz, afirmó:

El hombre es tan exigente que vive entre sí y sí mismo

y a la vez se queja del precipicio

construyendo para sí incluso dos tumbas,

una para el cuerpo y otra para el nombre,

sólo para salvarse en el recuerdo de los nietos,

y quizás alguna vez y casi de un modo ajeno a su voluntad

quede de él algo inútil, olvidado,

pero es justamente lo olvidado lo que a él le facilita más

el otro camino simultáneo, el camino hacia la eternidad…