Encuentro IV

No, ése nunca se comió un pastel

al que una muchacha hubiera añadido una gota de flujo sanguíneo;

n0, ése nunca esperó a la novia,

engalanándose en la artesa del pan;

no, ése nunca se envolvió en el ropaje nupcial…

Tenía un rostro que aquí y allá lavaba de vez en cuando

en un antiguo ataúd de piedra

y secaba con crin de caballo. Un rostro marcado a latigazos.

Tenía unos ojos que miraban sólo

para que se cumpliera la profecía,

y ambas manos las usaba por la derecha, que bendice…

Sus piernas incesantemente derribaban

los postes fronterizos del movimiento prohibido y

toda su persona sugería

que hubiera vivido desde hacía mucho bajo falso nombre

y ahora dijera: yo soy en realidad…

Pero no lo dijo, ni siquiera estuvo allí. Él simplemente se retrasó.