No, ése nunca se comió un pastel
al que una muchacha hubiera añadido una gota de flujo sanguíneo;
n0, ése nunca esperó a la novia,
engalanándose en la artesa del pan;
no, ése nunca se envolvió en el ropaje nupcial…
Tenía un rostro que aquí y allá lavaba de vez en cuando
en un antiguo ataúd de piedra
y secaba con crin de caballo. Un rostro marcado a latigazos.
Tenía unos ojos que miraban sólo
para que se cumpliera la profecía,
y ambas manos las usaba por la derecha, que bendice…
Sus piernas incesantemente derribaban
los postes fronterizos del movimiento prohibido y
toda su persona sugería
que hubiera vivido desde hacía mucho bajo falso nombre
y ahora dijera: yo soy en realidad…
Pero no lo dijo, ni siquiera estuvo allí. Él simplemente se retrasó.