No hace mucho me encontré por la calle con una muchacha desconocida.
Venía de la procesión del Corpus
y llevaba en la cabeza una coronita de flores.
La contemplé con admiración y se la elogié,
y le solté todo lo que me pasó por la cabeza,
y aún no había terminado cuando me dijo:
«Eso no es nada, pero ¡cómo huele!».
Y al acercarme a olería
comprendí de golpe que a causa de un olor preciso moriré pronto
sin haber terminado de elogiar aquellas cosas
que lo emanan…