Nada tan omnipresente y tan ordinaria
que podría concretarse en una forma,
pero modesta nada, nada negadora de sí misma…
Y sin embargo todos la temen, nadie la quiere,
y por ello al no morir por nadie,
en cierto modo siempre crece y toma cuerpo
y aumenta
como aumenta el número de tus botellas vacías en el desván,
botellas que has ofrecido y por las que nadie se interesa
de modo que por las noches las sacas fuera
y secretamente las depositas en la calle…
Alguien grita entonces: «¡Aun sabiendo no sabréis!».
Y otro: «¡Ay de los perros gordos!».