A los dioses con hermosas trenzas de paja,
yescas de espiritualidad fácilmente inflamables,
y capas adornadas con vainas de guisantes secos,
les está prohibido calentarse al fuego de nuestra cocina
o al fuego del taller del vidrio, junto a la latigante fornicación…
Por cautela y miedo a la humillación
no conocen siquiera el sol y sólo el lunoccio
les puede arrastrar
hacia la felicidad de los mortales,
pero con la condición de que nunca abandonen
su necesaria eternidad.
¡Qué sorpresa cuando Eva quemaba el manuscrito de Adán
(poema de la mancha sobre la sábana de boda)
y se pusieron a envidiarle hasta la olla de sopa
que bajo el papel empezaba a hervir,
y aquella llama cruel que nos desgarra
entre las rodillas y los codos!…