Es un viejo que desde hace dos años
no puede abrir el baúl porque ha perdido la llave
y porque no se atreve a pedirle a su hijo dinero para el cerrajero.
En ese baúl tiene sólo algunas cositas
que aún podrían reconfortarle:
fotos de juventud, de cuando era soldado en Bosnia,
un legajo de cartas descoloridas e ilegibles
sobre las que soñar,
un escorpión y un plastrón de baile
firmado para él, antaño, por Cleo de Merode,
y sobre todo tiene allí una buena escarpia
y una soga más sólida que siete cabellos angélicos…
¡Oh!, el viejo sabe perfectamente que no es necesaria la cuerda ni la escarpia
y que se puede simplemente saltar por la ventana…
Pero lo que no sabe es que es justamente eso lo que hace ya mucho
espera el vecino de la perpetua casa de enfrente,
el vecino que se tiñe el cabello con lápiz de tinta
y va únicamente a los funerales de suicidas…