Eodem anno pons ruptum est

¡Alegría!

¡Ella existe, realmente, de verdad existe!

Y él no la sintió como algo despiadado

que se instala en nosotros con tanta violencia

que apaga nuestro indefenso fuego,

ni como un vértigo que a la doble luz de la ironía

nos trae una botella y los zapatos que hacen bailar.

¡Oh, no! Lo que él sintió fue una tranquila, simple, inmotivada alegría,

una alegría entregada para siempre y no la confiada por un instante,

la alegría del hombre que está atravesando el puente

y ya nunca dejará de cantar…

Pero fue suficiente que allí, a su lado, cayera

una hoja seca abatida por el viento

y el puente no pudo soportar el peso…