Encuentro III

En lo alto de la montaña, entre moles de piedra desperdigadas aquí y allá

y un salto de agua sin origen, encontré a un viejo.

Me dijo (alegremente, pero de modo que no se enterara su soledad):

«Eres el único que me ha encontrado;

seguro que debiste morir hace muchos años».

¿Por qué?, pregunté, y él contestó:

«Antes dejaba tras de mí, aunque fuera escondido entre el ramaje,

restos de haber hecho fuego, algo de tabaco, comida o señales.

Pero cuando subí más arriba,

me convencí de que tras de mí ya no vendría nadie,

y lo dejé estar… ¿Cuándo moriste?».

Apenas lo recuerdo, contesté hundido.

Y él afirmó con la cabeza: «¡Vaya, cómo no!… Pero

llevas en ti todavía un poco de sol del dios Quetzacóatl…

¡Apágalo, para ver todo lo que ilumina la luna!».