Esta noche en sueños me decía:
«Amarga es la sed y tan desatada que bebe del destino
como una muñeca de trapo echada por un niño en el orinal.
Amargo es el gozo, porque lo tiene todo
en una vecindad tan urgente, que hasta el misterio está fuera del alcance de la mano.
Amargo es el arte y de un color tan negro que sólo podría desteñirlo
el sudor de las axilas de una mujer, si la mujer fuera la muerte.
Amarga es la conciencia que se agarra a las cosas
como la navaja roma con la que afeitan a los muertos.
Amargo es todo eso, y sin embargo habría que
sacudir la cabeza y velar».
Pero había los ángeles cuadricéfalos
del coche fúnebre
que me llevaban hacia el silencio,
eran ángeles a los que yo oía musitarse entre sí:
¡Bajito, bajito, no le despiertes!».