Apartado del profano mundo de la envidia
fácilmente resignado, casi intemporal,
se halla el depósito de cadáveres. Su edificio,
resquebrajado el revoque, incluso la torrecilla,
nunca insistía en que empezaras con el pensamiento del fin
y acabaras con el ciprés… No, si asustaba
era sólo porque estaba tan decrépito,
aunque hasta ahora se seguía sepultando con creces…
Pero con los años
cien veces pasaste por allí y cien veces era el mismo,
y te acostumbraste tanto a él que, de hecho, ya no lo veías.
Pero hoy en su única ventana
aparecieron unas tiernas cortinas con florecitas esparcidas acá y allá…