No sé si se dice aún a las mujeres palomita mía,
nunca te he preguntado si eres feliz,
maravillosa, no haces caso y acudes a mi adoración
sin que tenga que mentir, estar celoso o ser digno de tu amor,
dispuesta al injerto, te arrimas a mi aguda pobreza y te entregas del todo a ella
sin que me sienta culpable,
comes y bebes conmigo todas mis odiosas agitaciones
que iluminas con tu sencillez vidente,
me impresionas, sin que me sienta mejor de lo que soy,
igual que lo sentimos en una fantasía
compuesta para doscientos pianos,
libre, liberas, qué más puedo querer, qué más puedo querer—
¡y, con todo, esa angustia torturante en mí,
esta angustia por alguien que no conoceré jamás!
Estar solo es demasiado para el doble,
pero estando contigo siempre me faltaste tú…