¿Conoces la ráfaga ebria,
el viento de más allá de la noche y el horizonte
que de pronto se petrifica
y fija una vaga mirada en el guarda de los locos?
La palabra, cuya frase escrita en la sudada ventana se ignora,
se clava en la tierra de los lenguajes;
la música incesante no llega a arrancar
el pene del nido de la serpiente de los sentidos,
el sostenido del tejador ha dejado de emitir sus trémolos de catástrofe,
el hechizo de las piedras ha concluido
en la somnolencia del próximo sol,
las fuentes están ya hartas de wordswordtear,
los niños se matan entre los muslos de Ofelia
y la historia ha perdido la memoria
de las glándulas de su origen.
¡Inmovilidad! ¡Inmovilidad total!
Pero una inmovilidad posible solamente porque
por la parte interior de la puerta
de un water de pueblo avanza una cochinilla de humedad,
o bien una rata de iglesia
precisamente debajo de un reclinatorio
acaba de comerse un moco humano.