Voz y contravoz

I. AQUELLA VEZ

Es de noche. En la barra del club nocturno te sirven siempre la última

con avergonzada compasión… Pero tras de ti

el cuerpo de algún desgraciado, solitario hasta la locura,

caído de borracho de mariposa a oruga,

caído de desesperación entre él y él mismo,

de donde ya no escapará,

te recuerda algo no alcanzado y veladamente

dos determinadas laderas estropeadas por las rocas,

los árboles de ocasión, la fornicación acumulada en la cola de las comadrejas,

y el blanquiazul conocimiento de los gavilanes.

Entre las laderas deliraba el riachuelo

como un puñado de trampas echadas al rostro del oído.

Entonces eras joven… No te dabas cuenta

de lo cruelmente desgastado que estaba el picaporte del cementerio…

«¡Otra, por favor!»… Sí, y el sol

era un gran grano como la sangre del pavo real,

y tú a través de esa corriente de agua, de orilla a orilla,

colocabas pedrusco tras pedrusco…

Al anochecer ella los pisó al cruzar.

II. Y HOY

Es de noche. En la barra del club nocturno te sirven la última

con rezongona fatiga. Pero no hablemos de ello,

no nos conocemos y todo sucede como cuando nos encontramos en las escaleras:

uno sube y otro baja…

Allí abajo estás tú ahora,

por suerte el ron no pregunta qué te ha sucedido,

ya que él no es aún polvo ni saliva

y no le llueve en la tumba.

El ron es, pues, bueno: primero bebes después de él,

como el otoño bebe, después de las lágrimas falsas, el vino de las chimeneas,

al aspirar al dios del momento…

¿Del momento? No, permanente y desgarradamente

sabes al revés dónde vive aquella que te amaba,

¡ah!, ansiosamente lo sabes y es como un milagro.

Pero estás aquí con un deseo tan lascivo y sin salida

que hasta el paisaje debería tener un puente derrumbado…