Keats

¡Claro, es él! Él, que

entre los muros envenenados de su conciencia

prendió fuego al calendario de encarcelamiento de las estatuas,

y a la luz de la venganza les enseñó a decir

palabras omitidas el primer día después de la creación…

Por desgracia pudo hacerlo solamente un instante

fugitivo y absolutamente superfluo,

pues para los dioses y los perros del Averno

no hay pura juventud excepto la del niño

que muere mudo y ciego en el vientre materno…

Brama el espacio con el mentón en la palma de la nada

y sólo en un lugar acecha

el olor volcado de un vermut abandonado con rabia

y la puerta del matadero desorbitada como el ojo de Homero…