Fuera llueve y la gente deja las flores bajo la lluvia,
que destruye el afelpado dibujo hecho en la arena
por un niño con los dedos.
Pero aquí abajo es la vela,
que quita el cerebro a las cosas,
basadas en el encuentro del topo con el topo—
y lo hace con el pensamiento quimérico
de que, viviendo una vida subterránea,
aparece después de su ocaso
como muerte extraterrenal…
Sólo que la noche y su eterno futuro,
en el más prolífico oscurecimiento de la arcilla,
de hito en hito incita a lo mismo con lo mismo:
de pronto es el vivido tragar del núcleo del pensamiento,
el recuerdo meridiano en la leche de la mujer,
brotada del horror ante la muda perversión rojiza
del entornado ojo del gallo…