El pensamiento en el ojo del sueño
tiene tanto espacio para los dioses animales
que se reconoce en ellos con más facilidad y pierde el habla
como el niño pobre delante del juguete.
Su pequeña mano, con la vela de las imágenes
a la que el signo secreto hace cosquillas,
tiembla a través de la hierba de la tumba de la primera tumba,
y la del último mortal.
Y es ella la que en el límite de la apariencia
obliga a la tragedia de todo su ser
a precipitarse en la inocencia…
Las ruinas están aquí todavía… ¡Qué pasará cuando estén ya!