En el Mercado de las Pulgas de París

Era a principios de noviembre. El día se ahogaba

en una niebla croante. Un puñado de negros

vestidos sin esperanza con sudarios tuberculosos

vagaba del puesto del trapero

al puesto de ropa vieja,

se probaban gabardinas y abrigos

y volvían a colocarlos luego… Lo hacían

como si fueran incorruptibles y no como

quien tiene demasiado poco para ofrecer,

tan noble era su miseria.

Y vivían, por así decirlo, a saltos:

del recuerdo de un calor piojoso al olvido de ese calor,

en un espacio mordiente donde al no ser vistos por nadie

sus gestos huérfanos fracasaban en el aire

y su autoatormentante risa contaba sólo

con el oído musical de la muerte.

Pero en vano… porque todo daba la sensación

de que cada hora carente de fantasmas

era enemiga de la eternidad…