Es una mísera pista de patinaje de suburbio,
regada con cucharones de Nochebuena
y helada el día de Reyes…
En su rincón un viejecito hace sonar el gramófono.
Como tiene un solo disco, lo repite una y otra vez.
Con gran ternura, soplando, le quita la nieve de encima
y, cuidadosamente, pone en marcha la música,
que tiembla como una yegua al ser montada
o como láminas de oro de la infinita falsedad
que hubiera hecho oír sucesivamente
algo oxidado hacía tiempo…
Toda la apariencia del viejo es asotanada,
pero a la vez protuberante,
como si tuviera el traje en la buhardilla,
sin cesar hace dar vueltas al mismo disco,
pero años ha dejó de cambiar la aguja
poniendo cara casi de conspirador,
ya que captó con nitidez
que también la vida lo repinchaba
siempre con aquella misma y única púa
desde que, antaño, había decidido ahorrar en ella
y no quemarse por algo que ya no daba de sí…