Es una lluvia otoñal obstinada hasta el aburrimiento
que reúne la espuma de rabia escondida por todos
los que hace ya mucho están encerrados en la habitación.
Pálidos, en pie, junto a la ventana, miran
con exigente y mordaz voluptuosidad,
cómo, muy cerca del parque, un niño calado hasta los huesos
ofrece a nadie flores de papel,
protegiéndolas con el hueco de la palma de la mano.
En vano las protege… las ofrece en vano…
y en vano las protegerá y ofrecerá
mientras no lo intente en el lenguaje de los animales,
o se decida a pasar por el parque tanto tiempo desdeñado,
donde no hay otra cosa que un banco sin pintar,
un banco en el que se ha ahorrado,
un banco para muertos…