Me permitieron regresar un rato junto a los míos.
En el suelo familiar
reconocí la barcaza
y llegué pronto al pueblo.
El viento se deslizaba por las mangas del sauce.
Era domingo, la familia estaba sentada en el huerto.
Mi hermana llevaba la leche a la bodega.
No pensé que les asustaría,
pero al ver que no creían que era realmente yo
no hubiera debido decir que estaba vivo.
Todo se desvaneció en el aire
entre alaridos de violetas y pensamientos,
y ante mí se hacía migas el tejido paisaje,
amapolas silvestres, claro de luna
y despertador del muro del cementerio.