En el aire engañoso y con una nube sombría
derrumbándose al fondo: el segador afila la guadaña
como si borrara con miga de pan
las seculares huellas de suciedad de los muros de Ecbatana.
El fruto anhelosamente autóctono, a pesar de todo no nos está destinado
y apenas nos puede asegurar lo espiritual.
Hasta la entrega perfecta conoce sin cesar el sufrimiento,
sí, el sufrimiento familiarizado con los muertos, que confían.