Ésta es la noche en que por la puerta secreta del desvelo
entran fenómenos demasiado creados
para rendirse a la desaparición.
Con amargura cruje el peldaño y los ropajes,
con apagada concentración, esperan centellear
siguiendo el horario de la lechuza.
Algún rasgo se fatiga en vano
de ser sonrisa sin cambio de alma,
alguna mano piensa en ecos
la voz peinada por encima de las orejas del infierno;
suena algún paso sólo vacilante
(ya que la necesidad es para el futuro,
aunque precisamente él no la quiere),
cuando de pronto una sombra se mueve persuasiva
y quema la costra de los estigmas
en la llamita de la eterna lámpara,
mientras los ojos de todos la siguen…
Sólo tú continúas durmiendo, duermes casi obstinadamente,
como si por el cabelludo perdurar en el ataúd
quisieras presentir
el destruido peine del ángel.