LXII. Nosotros, ¿desechados?

¡Nosotros, desechados! ¡Pero de qué poder se trata, si el ermitaño,

mortalmente sin cuerpo, espiritualmente sin límite,

se impuso, sin embargo, de forma plañidera

en la camisa de vello de las meretrices

y bebió sólo nieve, que se derretía ante el prostíbulo…

mientras Dios avanzaba por los abismos femeninos

hasta el placer de las firmes mujeres santas!

¿Nosotros, desechados?