¡Nosotros, desechados! ¡Pero de qué poder se trata, si el ermitaño,
mortalmente sin cuerpo, espiritualmente sin límite,
se impuso, sin embargo, de forma plañidera
en la camisa de vello de las meretrices
y bebió sólo nieve, que se derretía ante el prostíbulo…
mientras Dios avanzaba por los abismos femeninos
hasta el placer de las firmes mujeres santas!
¿Nosotros, desechados?