El brillo deja caer el vello de un perfume lúgubre
y en las rayas sin alturas
se oyen colores excesivamente hartos, perezosos
ante el paso de las monjas.
Más fácilmente el sepulcro se ennegrece en latidos
y sabe cómo frotarlos con la oscuridad,
cuando, sudada por el amante,
la camisa se le pega a la espalda.
La naturaleza, que vive de lo no vivo,
es punto y círculo e impulso.
Pero nosotros ni en el centro de nuestro corazón
estamos en el centro.