LIX. Mediodía

El brillo deja caer el vello de un perfume lúgubre

y en las rayas sin alturas

se oyen colores excesivamente hartos, perezosos

ante el paso de las monjas.

Más fácilmente el sepulcro se ennegrece en latidos

y sabe cómo frotarlos con la oscuridad,

cuando, sudada por el amante,

la camisa se le pega a la espalda.

La naturaleza, que vive de lo no vivo,

es punto y círculo e impulso.

Pero nosotros ni en el centro de nuestro corazón

estamos en el centro.