LVII. Tú, mujer

En la ventana, la lluvia muerde la tinta

en la que te excita

la cebolla del jacinto,

estallada como la lascivia del cisne.

Te entregas oscuramente,

el sueño absorbido por el sueño,

pues presientes: casas enteras

se hallan justo bajo el umbral.

El ardor de tus muslos ha hecho retroceder

hacia la divinidad el ardor de las tenazas del amante

mientras la muerte te lee

las rayas de los talones.