En la ventana, la lluvia muerde la tinta
en la que te excita
la cebolla del jacinto,
estallada como la lascivia del cisne.
Te entregas oscuramente,
el sueño absorbido por el sueño,
pues presientes: casas enteras
se hallan justo bajo el umbral.
El ardor de tus muslos ha hecho retroceder
hacia la divinidad el ardor de las tenazas del amante
mientras la muerte te lee
las rayas de los talones.