Cuando la piedra ama,
la corriente no tiene fuerza para apagar los muslos del río.
Pero hasta el placer llega sólo a la imagen
y sisea un gran mensaje negro y loco.
Mensaje, ¿para quién?, ¿de quién? Tan subterráneo y aéreo
que, sin duda, carecería de peso hasta al caer,
incendia en secreto el fulgurante polvo del inconsciente.
No existe el aquí. Y no hay alegría.
La claridad, hablada, tiene la boca en la tumba de los sonidos,
y, sientas lo que sientas, sólo una cosa entra en ti:
que el hombre no es más
que un error cometido en el censo de los muertos.