En el musgo, donde sólo el verde sopla,
duerme un chico desnudo como lo desnudó junio.
Esparcidos, en torno,
perdigones de arándano.
Sobre él, una ardilla saca punta
con un lápiz al lápiz de los pinos.
Es que navega ondeante la mano del viento
y quiere pintar en el azul de su rostro.
Y al chuparle, tan dulce, el sudor,
palidecen las negrodoradas ninfas:
las avispas, que una vez se pegaron
en el fresco barniz de su ataúd.