XLVI. Dos lagos

El vino está más hondo que el vaso.

El verdor vuelve la cabeza hacia la noche.

En el silencio de las columnas irrumpen

los gritos del faisán hablador.

Sueñas (en pos de recuerdos)

que hubiera podido ser la alegría,

uniendo limpiamente con su juego

el mundo de aquí con otro mundo.

Y la memoria despacio te pinta

tal como viste hace tiempo, maravillado,

en el esbelto muelle, una chica tendida

con las manos en dos lagos.