El que vigila la siembra
está más familiarizado con el mundo subterráneo.
No le asusta la fuerza del más allá,
ni el soplo del viento sin fondo
que se levanta al pasar las hojas
del libro de los muertos,
ni que la armonía de las ideas concuerde con la nopalabra…
Presiente la confluencia de los miembros con el politeísmo,
oye los gallos y cómo alcanza su eco
la voz por los testículos,
capta el placentero movimiento de los árboles en las grutas,
y si se detiene ante la medida del esqueleto
no siente pánico, ya que la tierra
habla con él en el dialecto de la tumba.