XXXII. Amantes

¿Seguimos o nos quedamos, amada mía?

Mira cómo todo arraiga y cruelmente persuade

de que el camino a casa, que se ha encontrado a sí mismo,

no lleva a ninguna parte.

Sencillo y convincente es el árbol

y la piedra en los campos te hace creer que la estatua

es siempre alguien distinto, en otra parte

y por ello, divina, puede permanecer aquí.

No hace mucho que estábamos en este lugar

locos de amor, sufriendo el martirio de la inseguridad,

que arrebataba hasta el delirio

incluso la realidad más cruda.

No hace mucho vivíamos la boca besante

confiando en la incomprensión de todas las lenguas

y con un dolor excesivamente no servil

para que hallara alivio en la obstinación.

Hoy ambos sin techo llevamos en un hato

pan de cornezuelo y vino de estramonio,

y escuchamos cómo se persiguen los muertos

por medio de las orugas del cementerio.