Siempre la prisa que apenas se pregunta:
«¿Herir? ¿O tomar una decisión?».
La prisa que busca una y otra vez
la desaparición en el futuro.
La prisa que ha escapado a la eternidad
pues la inspiración del hombre y la espiración de la mujer
nunca superan las apariencias
y su fluido persigue sólo la demora
de un aspecto a otro.
La prisa que es un acabar
más de una vez en nada…
¡Fíjate! Hasta al caballo del coche fúnebre
se le azota con el látigo.