Por la senda de rocas va un hombre,
algunas víboras en la mano…
Un débil silbido un poco enroscado
agita el aire y los minutos carnales
que a saltos se pierden
en el resplandor del más allá mental
que al sol deslumbra menguando la pupila de sensibilidad…
De igual modo, con su triste energía,
la serpiente de la médula espinal convence siempre a la mujer,
y el placer anhela prolongarse un momento
como si quisiera poseer el odio incluso después de la muerte…
Quien penetra, aprisiona… Y se encierra…
La plasticidad cambiante devuelve al huevo
—donde un secreto interrogatorio aguarda sólo a que el mundo
no resista hasta el alba de las visiones—
las rocas de los túmulos…
El paso del hombre se ha extinguido…
pero la restante amenaza
abierta sin reserva a una vacilación más soportable,
a decir verdad ha condenado ya…
¿Hemos sido arrojados o somos desertores?