El depósito de cadáveres engorda en la oscuridad…
y, con los huesos, los chicos hacen caer las ciruelas.
Esas dos caídas y la segundoprimera insolación
entreabren por un momento el oído del vértigo
y diluyen luego todos los colores
en la negrura del cementerio.
Y no hay comienzo. Sólo el primer final junto al segundo
tose sangre de música
en las rayas de la mano,
que no tienen más que un año de espacio
tras las grietas del muro.