PRELIMINAR

Cuando en 1984, Jaroslav Seifert recibió el premio Nobel, afirmó que lo aceptaba en nombre de los poetas de su generación, de la que era el último superviviente, pues otros, como Holan, lo habían merecido. No era la primera vez que Seifert reconocía la grandeza de Holan. Para darse cuenta de ello, basta hojear su último libro de versos o sus memorias, Toda la belleza del mundo, donde lo cita en diversas ocasiones y en una dice: «Como tendréis curiosidad por saber quién de nosotros era el mejor poeta, os lo revelaré directamente: era Vladimír Holan, el ángel negro». Este apelativo, «negro», se lo dio el Nobel, sin duda, por su identificación con la noche, y le llamó «ángel» por su capacidad de mensajero, su don para transmitir aquello que la oscuridad intensifica y permite captar al que está sumamente atento: el enigma. Y es que este poeta eligió la oscuridad y durante más de treinta años —desde 1948 hasta su muerte, en 1980— vivió de noche, encerrado en su casa de la isla de Kampa, situada en el río Moldava a su paso por Praga.

Ese encierro de Holan, que pronto hizo de él un mito, siendo su realidad vital, tiene un alto carácter simbólico y, paradójicamente, se constituye en gesto de una libertad inexpugnable. Los hechos concretos que lo provocaron se ensartan en un entramado histórico complejo que se relaciona con la madurez del pueblo checo, el cual, en 1882 consigue que su lengua sea admitida junto al alemán —impuesto por el Imperio austrohúngaro— como lengua de cultura en la universidad.

UNA VOZ ENTRE TORBELLINOS

Recuperada esta seña de identidad, Bohemia se abre a Europa y lo hace con un fuerte sentimiento patriótico. En el campo de la creación —acabado el romanticismo— estos hechos, unidos a otros acontecimientos, dan como resultado la clara definición de dos puntos que rigen las primeras décadas del siglo xx: la relación del artista con su arte, por un lado, y, por otro, su relación con la sociedad. Tal panorama se intensifica con la primera guerra mundial y la instauración de la Primera República Checoslovaca independiente en 1918, que constituye un nuevo comienzo.

Holán y los poetas de su generación son en este momento adolescentes, pero no ajenos a dichos acontecimientos, por lo cual se convertirán en artistas que se aproximan más y más al pueblo, sin dejar de ser a la vez agresivamente modernos y adoptar las corrientes europeas y, llegada la hora, todos se incorporarán a la lucha. Es un dato notable que al crearse en 1921 el Partido Comunista Checoslovaco, uno de sus fundadores sea precisamente Jaroslav Seifert.

Vladimír Holan nació en Praga el 16 de septiembre de 1905, pero a los seis años partió con su familia a Podolí, una pequeña aldea de Bohemia central, que dista pocos kilómetros de Béla bajo Bezdéz. En Podolí, empezó a crecer y a estudiar, y pronto tuvo que recorrer a pie, a través de los bosques, el camino hasta Béla para acudir a clase de latín en el antiguo monasterio de los agustinos. La imagen espectral del castillo de Bezdéz y la calma misteriosa del lago de Mácha[1], fueron las coordenadas de sus años escolares, que contribuyeron, sin duda, a despertar su espíritu al sentimiento de fugacidad de la vida y su contraposición con la esencia inamovible, lo que más adelante constituyó uno de los puntos en torno a los que giró su pensamiento.

Cuando Holan regresó a su ciudad natal, estaba ya en edad de realizar estudios secundarios. Una vez concluidos, buscó trabajo, consiguiendo entrar en una compañía de seguros. En ella permaneció siete años. En 1933 fue redactor de la revista Zivot (Vida), hallándose entre sus compañeros, el pintor y escritor Joseph Capek. En 1939 pasó a serlo de Program D 40, publicación del teatro de E. E Burian, donde siguió hasta 1940, año a partir del cual se dedicó por entero a la literatura. Por entonces, vivía con su mujer en el barrio de Strasnice. Dos viajes, los únicos de su vida, se sitúan en este período, uno a París, en 1937, y el otro, anterior y más importante por la huella que dejó en él, a Toscana (Italia) en 1929. Sus primeros libros empezaban a aparecer: Abanico en delirio (1926), Triunfo de la muerte (1930), Soplo (1930), Arco (1934), Piedra, vienes (1937) y Trueno (1940). Por entonces, en el campo del arte no dejan de sucederse innovaciones.

Holán publicó Abanico en delirio dos años después que Vitézslav Nezval y Karel Teige (teórico del grupo Devétsil —Nueve Fuerzas—, que afirmaba que «el poeta debe fundirse en la colectividad [y… ] ser mero instrumento de la lucha[2]») lanzaran un nuevo movimiento, el poetismo (1924), emparentado con el futurismo y el Dadá, bastante anteriores, ya que el primero data de 1909 y el segundo de 1916. El arte estaba buscando nuevas vías, y en literatura se iban concretando: en los Estados Unidos aparece el imagismo, en el año 1914, cuya figura más representativa, Ezra Pound, se abre a la proximidad cubista y a la incrustación de palabras en otras lenguas e incluso a los ideogramas; en Francia, Breton publica en 1924 el Primer manifiesto del surrealismo. Esta corriente llega a Praga y el mismo Nezval, en 1934, se incorpora a ella y abandona el poetismo a fin de seguir renovando la poesía, en pos de la «belleza sin intenciones, sin grandes frases, sin premeditación, sin apostolado[3]», para convertirla en «un juego de bellas palabras, una combinación de nociones, un tejido de imágenes[4]», desterrando la poesía de pensamiento. Rimbaud y Apollinaire destacan entre todos los líricos anteriores reconocidos.

Holan, aunque no ajeno a estas innovaciones, estuvo desde un principio lejos de considerar la poesía como el «arte de perder el tiempo[5]», si bien se recreaba en juegos de lenguaje dentro de la línea de Mallarmé para hacer del verso un «trait incantatoire» que desvelara la realidad oculta. Pronto, sin embargo, con El triunfo de la muerte, dio el paso hacia la metafísica. Sus intereses, por otra parte, se movían también en torno a la poesía popular checa. Así, en estos mismos años realizó, en este sentido, una antología, Amor y muerte, con el poeta afín Frantisek Halas. De todos modos, en su primera obra, Abanico en delirio, no se perciben estas inquietudes y apenas asoma lo que será su futura poesía de modo tímido. Para Ripellino estos poemas son «alambicados ejercicios de laboratorio, frígidas combinaciones (a menudo aleatorias) e “ingenios” de un cerebralismo que a menudo se torna sequía[6]».

Su segundo libro, El triunfo de la muerte, publicado en 1930 y escrito entre 1927 y 1928, corresponde al período en que, apaciguado el impulso social de la posguerra, decaía el poetismo y la lírica reaccionaba contra la embriaguez de imágenes. Es el momento en que Nezval se orienta hacia el surrealismo (Edison,1928), Seifert se mueve en torno al ser (Paloma mensajera, 1929) y Frantisek Halas canta la vida y la muerte (Sepia, 1927, El gallo asusta a la muerte, 1930). Aparecen traducciones de Rilke y Hölderlin y se habla de una vuelta al barroquismo. No es un azar que esto se produzca en los alrededores del año veintisiete, siendo Góngora muy del gusto de estos poetas. El mismo Holan, que en expresión de Ripellino, constituyó con Halas «la majestuosa diarquía del barroco y de las tinieblas[7]», tradujo la Fábula de Polifemo y Galatea. A partir de ahora, el camino seguido por él se irá definiendo en su misma obra: se tratará, ante todo, de atrapar el misterio «cambiando cada impulso poético en acto ontológico[8]».

LA LUCHA Y LA MORDAZA

En un principio, pues, los poemas de Holan se apoyan fundamentalmente en la materialidad de la palabra y la imagen, pero progresivamente se intensifican dando valor al contenido, es decir, al concepto. Carácter distinto tienen las obras que responden a los acontecimientos históricos: Respuesta a Francia (1938), Septiembre de 1938, Canto de los tres reyes (1946), Sueño (1939), Primer testamento (1939-1940) y Terezka Planetová (1943). Holan, que había nacido en una Bohemia incluida en el Imperio austrohúngaro, la vio constituirse en el Estado Independiente de Checoslovaquia (en 1918), veinte años después sufrir la invasión nazi (1939) y, tras la segunda guerra mundial, debatirse con los episodios que se sucedieron durante el gobierno comunista, fue reflejando las crueles etapas: «He sido tan fiel que me he convertido en testigo», concluye un poema de Dolor, uno de sus libros puntales. Ya desde 1938 el país vivía bajo la amenaza de Hitler, a lo que el poeta reaccionó apartándose de sus orígenes mallarmeanos en pos de una mayor simplicidad y escribiendo obras para el pueblo en lucha hasta convertirse en una suerte de portavoz. Como la mayor parte de los poetas de su generación se afilió al Partido Comunista, si bien, decepcionado, no tardó en abandonarlo.

«Murió mi soledad»… dice Holan en el poema «Sueño», pues en este momento, siente en su carne que forma parte del mundo real y considera como única actitud posible la entrega: «El poeta y el artista digno de ese nombre —dice en mayo de 1946[9]— cambia el mundo y lo crea de nuevo, sea con la fuerza de la humildad, sea con la fuerza de la rebelión, pero siempre encaminando su esfuerzo hacia un fin: liberar […] ¿cómo no desearía el poeta cambiar (interna y externamente) el rostro de este egoísta, brutal y catastrófico mundo, cambiarlo en vistas a una finalidad primordial: llegar por fin al hombre?, ya que millones de entre nosotros no son todavía hombres».

Su poesía refleja ahora la atmósfera asfixiante generada por la guerra y los horrores del nazismo. En un paso posterior, cantará la liberación. Con todo, ni ese cambio, ni el haber sido portavoz poético en favor de la liberación impidieron que en 1948, con la llegada del gobierno comunista, se le acusara de «formalismo decadente» y se prohibiera su obra. Fue entonces cuando Holan reaccionó encerrándose en su casa de la isla de Kampa —«muro por muro», dijo— para no volver a salir, iniciando una vida nocturna y aislada que lo convirtió en mito vivo. Había escrito ya Sin título, que, junto al verso libre incluye el hecho con rima y en metro regular, y Avanzando; ahora empezaba, con Dolor, un proceso de ascesis. En dicha obra se presiente ya el despojamiento de En el último trance y Un gallo para Esculapio. De hecho, fue a partir de 1949, en ese encierro que no abandonó, cuando Holan escribió sus libros fundamentales: Una noche con Hamlet, Dolor, Toscana, En el último trance y Un gallo para Esculapio. Rehabilitado en 1963, en 1964 se le otorgó el premio de la Unión de Escritores Checos y en 1968 el título de Artista nacional. Él, sin embargo, permaneció en su clausura sin hacer ni una excepción.

«[…] Llegó el tiempo de callar […]. Existe la mordaza y existe también la cruel pregunta: ¿por qué escribir?, aunque la excitación de escribir el poema lleva en sí la fuerza más ardiente, pero una vez alcanzada la forma, entonces, la misma creación puede esperar una vida. Por supuesto hay momentos, y pueden durar años, en que al hombre no le queda sino hablar consigo mismo… Esto es desde luego siempre una cárcel [… ][10].» En efecto, viéndose él mismo excluido de la vida literaria del país, encerrado en su casa, lo sostiene su genio poético. Pero en este momento ha publicado ya Soldados del Ejército Rojo (1947), libro especial escrito a modo de crónica, casi como un cuaderno de notas, tomadas dejando simplemente que su mirada se posara en los hombres, sus gestos más sencillos, sus expresiones. No el humor natural, sino cierta ironía solapada en la conclusión del libro, desvela por dónde se movía el pensamiento del poeta que no se había liberado en su interior del sentimiento trágico ni de los claroscuros del barroquismo, incluido el empeño en el modelado y configuración de palabras. La situación política, que le afecta tan directamente ya a partir del cuarenta y ocho, y hace que unos libros se publiquen pronto, mientras otros quedan ocultos, induce a confusión. Así, hay que tener en cuenta que obras anteriores a Soldados del Ejército Rojo, permanecen en secretos manuscritos durante años: Sin título, escrito entre 1939 y 1942, y la mayoría de los poemas recogidos en Historias, que nacen entre 1948 y 1955, no se publicarán hasta 1963; Avanzando, cuya redacción va de 1943 a 1948, lo hará en 1964; Miedo, iniciado en 1949, Dolor, escrito entre 1949 y 1954 y Una noche con Hamlet, realizado entre 1949 y 1956 y revisado en 1962, aparecerán igualmente en 1964. A partir de este momento, la secuencia es más clara: Toscana (1956-1963) se publica en 1963, En el último trance (1961-1965) en 1967, Un gallo para Esculapio (1966-1967) en 1970 y Una noche con Ofelia (1972) en 1973.

LOS LIBROS OCULTOS

Sin título, no es, pues, todavía una obra escrita en el encierro de Kampa. El poeta se debate aún entre el tornasol arrancado a la palabra y su propósito de purificarla para acompañar y alentar al pueblo. Pero no puede renunciar a su veta secreta y por ello busca llegar al otro pero también transmitirle su pensar metafísico lleno de paradojas, de modo que violenta el orden de la frase, crea neologismos y mezcla metros: un medio para expresar lo complejo pues el «ser no es leve», advertirá en el ciclo Miedo. Esta complejidad huidiza y contradictoria se trasluce en la palabra cuando alcanza el fulgor.

En Sin título se condensa la búsqueda y se dispone el salto, partiendo precisamente de ese destello del verbo, que pronto se convertirá en haz luminoso de una historia, de un breve relato, como los que aparecen en Avanzando o Soldados del Ejército Rojo. Dicho modo de escribir se intensificará en los poemas posteriores recogidos en Historias, y en los más extensos y fundamentales. La oscilación entre verso medido y libre, que se detecta todavía en Miedo, va remitiendo. El paso siguiente, será la poesía «sin imagen» que abunda en sus últimos libros, así en el póstumo Abismo de abismo.

A partir de Avanzando y después de dejar al descubierto el virginal y oculto heroísmo de los soldados del Ejército Rojo, Holan se aproxima al hombre, enigma máximo, y convierte los poemas que salen de sus manos en un catalizador de deseos, choques o crisis: sus personajes, siempre amenazados, parecen quebrarse bajo el peso del sufrimiento, ya se trate de hombres sólidos o de muchachas ingenuas: todos están perdidos en la vida. Así, en esos pequeños relatos y también en sus grandes poemas, Una noche con Hamlet y Toscana, se lanza a una andadura, cuyas bases se encontraban ya en El triunfo de la muerte, que incluye la reflexión filosófica como mero comentario, quedando así íntimamente unida a la acción. En este procedimiento es fundamental el diálogo, como el que acontece entre Orfeo y Euridice —inquietante, entrañable y a la vez desenmascarados— en Una noche con Hamlet, obra que le valió el premio Internacional Etna-Taormina en 1966, permitiendo que su creación empezara a ocupar el lugar que le correspondía en la literatura universal.

En esa noche en la que se ha situado, Holan no se entretiene con el enigma de los dos mundos ni en el empeño por unir lo intemporal y el tiempo, sino que se sitúa lo más cerca posible del ser, atalaya impecable para observar esas sucesiones, que no son más que aplazamientos de la muerte, y constatar cuánto de nada, y de ausencia, hay en la presencia y cuánta presencia en la ausencia. Así se traduce, observa Holan, la aspiración natural del hombre al absoluto, a la plenitud, que en último término es la que le ha empujado a ese gesto de autoencierro.

Tras acabar Avanzando, en 1948, emprende el poeta la escritura de Dolor, el más nítido de sus libros, y la compagina con la de Una noche con Hamlet. Dolor constituye el eslabón entre Sin título y Avanzando, por un lado, y los ciclos Vino y Miedo de Triálogo, En el último trance y Un gallo para Esculapio, por otro. Sus poemas, en general breves, tan breves que pueden desvelar un solo pensamiento, apoyado en una imagen, forman, de hecho, una unidad. Es a través de su conjunto como mejor se capta el mundo de Holan y su pensamiento, que no deja de girar en torno a las cuestiones fundamentales: ser, conocimiento, límite, transitoriedad, nada, muerte, destino, amor, poesía, belleza, realidad… Queda claro que todos los temas son grandes y todos los acontecimientos y visiones pueden ser medios para desvelar el misterio. Y a eso mismo se orienta la vida del poeta.

Heidegger[11] dice que el hombre es el «que debe mostrar lo que es» y que «se funda en el habla, pero ésta acontece primero en diálogo». Holan cree lo mismo: «monólogo / ¡aquel error de suicidas!»[12], y lo pone en práctica. Esta posibilidad de diálogo es precisamente la que diferencia al hombre de la piedra, la estrella o el animal. No son vanos los poemas de Avanzando «Oración de la piedra» y «La voz humana». Ya Rilke, admirado y traducido por Holan, había advertido, explicando su «Octava Elegía[13]»: «El animal está en el mundo, nosotros nos encontramos ante él, a causa de la transformación y del desmesurado incremento experimentado por nuestro conocimiento». Y este conocimiento, que aspira a ser expresado y contrastado, comporta relacionar unas cosas con otras, seguir su transformación, captar procesos y nexos, es decir, la historia. A través de ella diversas cosas se hacen patentes, en primer lugar el transcurrir (implícito en el mismo concepto de proceso) y, en segundo lugar, el límite, ya que transcurrir se opone a ser y por ello lo limita. La conciencia de este límite es lo que provoca el miedo. El límite cerca al hombre y establece la inmensa distancia que le separa del otro, frustrando su ansia más profunda: el ansia de amar.

ESTAR AQUÍ

Un tema latente en la poesía de Holan, sobre todo a partir de Avanzando, es el de la sexualidad. Numerosos son los poemas de carácter erótico encubiertos por el recurso a personajes mitológicos o, directamente, por imágenes violentas y extravagantes, que como velos, con frecuencia toscos, semiocultan las vergüenzas puestas al desnudo por las palabras. Este movimiento sexual avanza hacia una soterrada misoginia, particularmente en los libros En el último trance y Un gallo para Esculapio, para desvanecerse en los poemas póstumos de Abismo de abismo, donde hallamos, en palabras del poeta italiano Giovanni Raboni, «el Holan más denso y enigmático, más áspero y solemnemente oracular[14]».

Situar a Holan junto a Rilke, que también nació en Praga, siendo dos poetas y dos personalidades muy diferentes, no es arbitrario: ambos se mueven en la misma atmósfera de añoranza del paraíso, y para ambos la infancia tiene un papel primordial. Se trata de dos amantes apasionados de la vida que cantan continuamente a la muerte, la cual, de hecho, establece su sentido: Hiersein ist alies!: ¡el estar aquí es todo[15]!, escribió Rilke. La captación de Holan, sin embargo, parece más compleja. Tal vez por ello su fundamento expresivo es la simbiosis dialéctica de elementos contradictorios, que le permite presentar una realidad global y fragmentaria a un tiempo, siempre sacudida por lo inesperado, el exabrupto o el milagro y el contraste de lo trascendente y lo cotidiano: «Ésta es la hora / en que lo cotidiano se oculta de tal modo / que de él no queda nada[16]». Acaso sólo el instante fugaz tiene realidad, y sólo el desconocido puede compartir una chispa de absoluto:

ENCUENTRO EN EL ASCENSOR[17]

Entramos en la cabina y estábamos allí solos los dos.

Nos miramos sin hacer otra cosa.

Dos vidas, un instante, la plenitud, la felicidad…

En el quinto piso ella bajó y yo, que continuaba,

comprendí que nunca más la vería,

que era un encuentro de una vez para siempre

y que aunque la hubiera seguido lo habría hecho como un muerto,

y que si ella se hubiera vuelto hacia mí

sólo hubiera podido hacerlo desde el otro mundo.

Si no se cuentan estos instantes, parece decir Holan, la vida es un lugar sin salida: es imposible realizarse (desarrollarse) y ser, son conceptos que se contraponen. Y las contradicciones paralizantes reinan en todos los campos, hay que incorporarlas, así el hecho de que la presencia pueda ser la ausencia:

Invitación[18]

Dijo ella: «No debería usted vivir

tan cruelmente solo… ¿Puedo venir?».

Dijo él: «No estaré aquí cuando usted venga,

presente, cuando me voy.

¡Venga!».

¿Puede el poeta aceptar que el amor es realmente mortal? Es una evidencia, todo lo es, y el mundo está presidido por lo que ha provocado ese destierro de la eternidad: la caída y la tentación. De ahí que entre los símbolos favoritos de Holan figure la serpiente. Y junto a ella la mujer, siempre lasciva y huidiza, excepto la madre, que es la vinculación inquebrantable. Y en cuanto a la belleza, ésta sólo se manifiesta cuando es inalcanzable, «una vez vista, la belleza merma[19]». Todo conduce a este hecho inaudito: «el fantasma se ha convertido en esperanza…»[20]. Por ello hay que confiar en la noche y en el mundo invisible que nos rodea, «ya que incluso lo que está en nosotros / nos escapa…»[21]. En el mundo de Holan, como consecuencia, acechan siempre los espectros y los personajes misteriosos como la Gordana, de Toscana, y su niña mensajera,¿Alka, Luniana, Nunciata, Maria marie?, no se sabe, el mismo Hamlet-Orfeo o las mismas Euridice y Ofelia…

DIÁLOGOS AD INFINITUM…

El poema Una noche con Ofelia es una de las pruebas de la lucha de Holan por la expresión adecuada. De ello da fe Vladimír Justl, que en el prólogo a su edición italiana dice: «Holan pensaba escribir Una noche con Ofelia como un amplio apéndice a Una noche con Hamlet. Durante muchos años recogió material, pero al final abandonó la idea y destruyó los apuntes y las notas. En el verano de 1972, sin embargo, descubrió entre viejas cartas un resto de distintos apuntes y de inmediato volvió al tema de Ofelia. En agosto de 1972 nació, fruto de una febril inspiración, Una noche con Ofelia, compuesto voluntariamente como fragmento[22]».

Que el poema empiece con el personaje femenino hablando indefor murene (dentro de los muros), siendo así que al comienzo de Una noche con Hamlet aparecen los muros, y que acabe con un don real, dado que la otra obra concluye con el verso: «un poema es un don», no sucede por azar. El nexo de estas dos obras es ampliamente abarcador y la clave es la misma poesía. También es de destacar que el poeta visitado por Ofelia no es Shakespeare, sino Mácha, el romántico checo que vivió cerca de donde Holan pasó su infancia impregnándose del paisaje cantado en sus versos, es decir, el que se vincula con él, de hecho, en este caso, su trasunto. El motor de ambos poemas es el mismo que induce a Holan a la escritura, precisamente esa necesidad de comunicación hablada que caracteriza al hombre, la cual acaba por convertir al poema en una forma de diálogo.

«La época en que escribí Una noche con Hamlet fueron los años más crueles de mi vida. En mi desesperada soledad estaba bien “situado” para recibir y sobrevivir a todos los horrores de ese tiempo —dice el poeta[23]— pero sería un error comprender el poema sólo como una expresión de esos sucesos particulares, puesto que siempre he sentido que me atañe el hombre, su drama, la condición humana en general y su desgraciado destino […]. Me atormentaba la pregunta: ¿quién fue Hamlet? Claro que si hubiera sido sólo eso no hubiera escrito ni una sola línea […] lo que es seguro es que durante muchos años vivió en esta casa. Hablamos. Fueron diálogos ad infinitum, no siempre tolerantes, no siempre amistosos, pero siempre apasionados. Algo de ellos he atrapado, tal vez, en este poema.»

La fuerza de Una noche con Hamlet, la riqueza y profundidad de pensamiento que destila se une a la sorprendente brillantez de sus imágenes y el complejo mundo que nos presenta, lo cual hace de esta obra la más seductora entre las de Holan. Pero el poeta daba su preferencia a Toscana[24], una alegoría de la inutilidad de todo intento de recuperar la propia historia, concretada en el angustioso peregrinaje de un hombre, que, en vano, viaja a Italia para encontrar a una mujer amada antaño. Ésta lo convoca y, a la vez, le huye, le envía mensajes de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, pero cambia las citas y pospone repetidamente el misterioso encuentro. El enigma de esa amada, esa Gordana —palabra que remite al nudo Gordiano— se mantiene a lo largo del poema y sólo al final se nos deja entrever que se trata de la muerte.

Seis años pasó Holan entregado a esta obra: «Me parecía inútil después de tantos años de hablar a los muros, escribir versos como un muerto para los muertos. Tal vez por eso me obsesionaba el deseo apasionado de despedirme de la vida en la tierra. Así nació Toscana[25]». Se trata de una andadura entre el amor y la muerte que se multiplica gracias a la contradicción, que según Holan es la esencia misma del poeta.

«La contradicción no nos asusta», afirmó Breton en el Primer manifiesto del surrealismo. Pero Holan va más allá: no es que la poesía tenga que expresar la contradicción, sino que la contradicción es la posibilidad de existencia de la poesía. Ciertamente, el magma surrealista y las restantes innovaciones literarias del siglo xx —no sólo las europeas, sino las americanas, como el imagismo de Ezra Pound—, los movimientos artísticos de Praga, así como la herencia del romanticismo alemán, la proximidad de la poesía rusa, todo el bagaje cultural del poeta, que le permite citar las mitologías griega, egipcia, india, mesopotámica o mexicana, o bien desde un Minkowski al pájaro Lumerpa, que figura entre las alegorías de Leonardo da Vinci, hasta la historia y la poesía oriental (Holan tradujo numerosos poetas chinos) son alimento de su poesía. Naturalmente él toma de todos ellos lo que le conviene. Técnicas surrealistas y también expresionistas le sirven para poner sobre el papel esa visión totalizadora y fragmentaria de la realidad, tal como la percibe, es decir, interior y exteriormente. En ocasiones se podría hablar incluso de una aproximación al cubismo.

EL MISTERIO Y LA PRECISIÓN

La contradicción, pues, no sólo no asusta a Holan, sino que la considera un puntal: «¿Estás sin contradicciones? Estás sin posibilidades[26]». No resulta por tanto paralizante ni disgregante. Al contrario, ahí es donde Holan es absolutamente renovador. Una vez más lo observa Vladimír Justl: «La desesperación de Holan ante la desintegración del hombre y del mundo, se orienta —a pesar de su pesimismo noético— a la creación de las bases de una nueva unidad. En esto está también el gran papel de la poesía de Holan en el contexto actual[27]». Su modo de expresar esa unidad, como he apuntado, es la tensión dialéctica: entre visión y pensamiento, lo concreto y lo abstracto, lo real y lo ficticio, lo cotidiano y lo trascendente, lo culto y lo popular; y es más: entre palabra y concepto.

«Pero existe la música», escribe Holan en más de una ocasión, como si la música fuera lo que le permitiera el reposo, sin duda debido a que ella alcanza la unidad: hace desaparecer la diferencia entre materia y forma. Esto es a lo que aspiran todas las artes. En el caso de Holan, se trata también de un ritmo vinculado al latido de su corazón: «El pulso de mi corazón es desigual. ¿Cómo, pues, / podría ser regular el ritmo de mis versos?», concluye en un poema de Dolor. En diálogo con Justl, Holan confesó: «Escribir en verso libre significó para mi buscar de nuevo […]. Buscar el sentido original de las palabras, descubrir su semántica interna. Entiendo por armonía atonal una especie de instrumentación sin tono, una armoniosa disarmonía. Me interesó el ritmo interior de las imágenes, su armonía sin tono, las conexiones casuales y mutuas, la relación entre las palabras, su oculta tensión interna[28]».

Ahora bien, la música a la que Holan aspira en el poema, esa «armonía atonal», es una armoniosa disarmonía; también una tensión, en este caso entre cacofonía y calofonía, «diseufonía, consonancia, eufonía[29]». Esto lo pone en práctica tanto en el verso libre como en el verso donde hace uso de la rima, en función de la expresión.

En este investigar en la expresión, Holan se acerca a Eliot, poeta con el que con frecuencia dialoga, para dominar desde dentro el poema ya que «el significado está oculto en el contenido[30]». Y en la creación del contenido, en ocasiones, el lector debe colaborar. Se trata de hallarlo a través de la imagen, pues está oculto. Otras veces las mismas palabras, mediante cambios bruscos de posición, multiplicidad de matices o modificaciones en el significado, logrados con la creación de otras palabras, cosa que la lengua checa permite, nos dan la clave. Hay que unir a esto la insólita utilización del lenguaje ordinario junto a arcaísmos, rusismos, la incorporación de otras lenguas (inglés, italiano, francés, polaco, español, tibetano) o el argot, así como las expresiones científicas, los vulgarismos y las deformaciones del idioma.

Con claridad observó Pesat que la tensión planeada por Holan llega al máximo con la máxima contradicción entre forma y fondo. En estos casos el estilo es coloquial, si bien de él quedan «solamente sus rasgos externos, el indicio del esquema sintáctico, mientras que el propio contenido diverge del esquema elegido[31]». Fondo y forma se identifican aquí de extraña manera: «a través de un principio de esperanza frustrada[32]».

La poesía «es el misterio. Debería ser la precisión[33]», dijo Holan. Precisión y contradicción son la espina dorsal de sus poemas largos, en los cuales el abigarramiento llega al máximo. Se trata de un aporte de datos, acaso no siempre necesarios, como sucede en verdad. Es decir, una visión totalizadora de la realidad exige precisamente una presentación a la vez limitada y excesiva. La obra, pues, no puede ofrecerla más que de un modo desordenado, parcial, fragmentario y repetitivo. No sorprende que el lector tenga que crear el poema con el poeta.

«La iluminación viene luego», afirmaban los surrealistas. En Holan, que se mueve en violentos claroscuros, la interpretación viene luego, es decir, llega cuando el poema ya está en nosotros. Con frecuencia podemos sentir que se trata de un atropello o un avasallamiento, pero esto nos indica hasta qué punto el poeta está entregado. Por todos estos procedimientos está asumiendo hasta el fondo su responsabilidad, siendo testigo fiel hasta el final y, por encima de cualquier circunstancia, siendo, permitiendo que a través de él y su palabra salte la chispa del conocimiento.

CLARA JANÉS

Madrid, 12 de marzo de 2010