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Génova

Cristóbal Colón […] durante muchos años medita el gigantesco proyecto de ensanchar el orbe conocido; emplea gran parte de su juventud en mendigar recursos para su atrevida empresa y al final la lleva a cabo entre impedimentos de todo género.

Los Reyes de Castilla podrán decir en adelante que el sol no se pone en sus dominios. Emperadores e Incas poderosos se llamarán tributarios de la venturosa monarquía española.

¿Y qué le reserva la suerte al Descubridor en cambio de tanta fe, de tanta constancia, de una vida entera consagrada a la realización de ese ideal de su alma?

Causa tristeza decirlo.

EMILIANO TEJERA,

Los restos de Colón en Santo Domingo, 1878

La luz del sol molestó seriamente los ojos de Oliver. Acostumbrado a la oscuridad de los pasadizos de la catedral en la que había sufrido buena parte de la noche, y a la penumbra de la habitación del hospital en la que había pasado el resto, la luz de ese hermoso día se le antojaba intensa. Pero prefería cien veces esa deslumbrante mañana a las tinieblas en las que había transcurrido la escabrosa escena bajo la catedral. La herida no tenía gran importancia y, al menos, en ese momento las cosas estaban más claras.

Altagracia le había prometido acercarse en el coche oficial a recogerle. El chófer bajó para abrirle la puerta y le saludó efusivamente.

Dentro, la dominicana hojeaba los diarios del día, con un brillo especial en la mirada.

—Veo que te ha sentado bien la noticia: tu mentora es una persona íntegra, tal y como tú siempre la has visto. Una profesora ejemplar.

—Sí, ya me vas conociendo bien. No podía aceptar que una persona como ella cometiese irregularidades. Eso era sencillamente imposible de asumir, no sólo por mí, sino por toda la generación que ha encontrado en ella una serie de valores.

—Bueno, aún hay detalles que no conocemos. ¿Por qué han estado trabajando durante tantos años en el subsuelo de la catedral? ¿Qué perseguían con ello? ¿Cuál ha sido el papel de tus amigos en toda esta historia? Hay cosas que no entiendo.

—Ahora vamos a descubrirlo. Doña Mercedes ha despertado de la operación y ha pedido el desayuno. No debe de sentirse muy mal.

*

La habitación del hospital lucía flores por todos lados. No había un rincón libre donde dejar un solo ramo ni adorno floral.

El olor llenaba la estancia de tal forma que desde el ascensor se podía intuir el improvisado jardín.

Se acercaron al mostrador de la planta para interesarse por la salud de don Rafael Guzmán. Les indicaron que aún permanecía dormido, pero que estaba fuera de peligro.

Doña Mercedes se encontraba tendida en la cama con una pierna elevada. La operación había llevado varias horas, pero había concluido con éxito.

—¡Mi niña! —gritó nada más ver a su alumna preferida—. ¡Vaya noche que hemos pasado! ¿Cómo está usted, señor Oliver?

—Un poco cansado, pero saldré adelante. ¿Y usted?

—Creo que no daré clases durante unos meses. Mis alumnos se alegrarán.

—No creo que sea para tanto, aunque te vendrá bien un descanso —dijo Altagracia.

—No quiero ser descortés —expresó Oliver—, pero ¿podría usted contarnos la historia completa? Creo que merecemos una explicación después de tantos traqueteos.

—No creo que deba. Tengo ciertas obligaciones con mis compañeros.

—No tenga usted ningún temor. Lo que nos cuente quedará para nosotros, y ya veremos cómo arreglamos la situación con nuestros respectivos Gobiernos.

—Hazle caso, Mercedes. Nos ha parecido increíble el trabajo que habéis hecho, pero ahora hay que aclarar algunos asuntos legales en varios países. Si nos cuentas todos los detalles, trataremos de ayudaros.

—Bien, confío que alguna vez me perdonen mis compañeros. Es una larga historia.

—Conocemos una parte de los últimos años, y la larga espera para recuperar el barco. Pero imagino que hay muchas más cosas —dijo el español.

—Sin duda. El barco es lo de menos. Vosotros habéis accedido a varios archivos que tenían esa información, pero hay más, muchos más. En todo el mundo hay cientos de monumentos con información en su interior.

Doña Mercedes relató el enorme esfuerzo realizado durante años, acumulando información sobre el descubrimiento y los grandes hechos llevados a cabo por el Gran Almirante.

A pesar de eso, ni ellos mismos conocían todos los detalles de la gran gesta llevada a cabo por Cristóbal Colón.

—Y ¿cuál fue el principio? —le preguntó su alumna.

Todo comenzó en el cuarto viaje.

Casi todo lo acontecido en ese tremendo desplazamiento por la ruta de las tempestades y de las tormentas, siguiendo una derrota que debía llevarles hacia las Indias y al Gran Khan, concluyó en un insultante encierro en Jamaica, que terminó con la fe del Almirante y sumió a la tripulación en el más terrible de los desengaños.

Una parte de los marineros se rebeló contra el Descubridor, con poca fortuna. La otra parte comprendió en ese viaje la gran injusticia cometida con el hombre que sabía predecir huracanes y adivinar eclipses.

Mientras eran rescatados de Jamaica y llevados a Santo Domingo, los hombres fieles que aún quedaban junto a él juraron mostrar al mundo la gran obra del héroe que les había dirigido tan sabiamente y que tanto había hecho por la humanidad.

—Fue entonces cuando supimos el significado de la firma de Cristóbal Colón.

Los ojos de la dominicana y del español se abrieron a la par, haciendo reír a la profesora. Cuando aún la miraban sin saber cómo reaccionar, dijo:

—Ya sé que hay gente que mataría por esta información. Pero creo que después de lo ocurrido, el mundo debe saber lo que nuestro querido líder tenía escondido en ese jeroglífico. Éste es el momento de descubrirlo.

Un Almirante debilitado y maltrecho por el largo viaje, las enfermedades y la edad se decidió a contar a sus hombres más fieles el objeto de su gran gesta y sus aspiraciones para el devenir de la humanidad a través de la fortuna que debía ser suya por los privilegios firmados en las Capitulaciones de Santa Fe.

—Hombre profundamente religioso y ambicioso, el Almirante no sólo luchaba por los derechos de su familia, también pretendía cambiar el mundo y hacer imperar el cristianismo por toda la Tierra. Para empezar, consiguió hacerlo en este nuevo continente llamado América, que se abrió a la doctrina de Cristo gracias a su obra. La firma era una forma más de legar a sus descendientes la enorme misión que él había iniciado con el descubrimiento.

»Los trazos misteriosos de su rúbrica, la disposición espacial en forma triangular e incluso las vírgulas estaban estratégicamente dispuestos.

»Si me traéis un papel, seréis los primeros seres humanos que no pertenecéis a nuestra comunidad colombina y que conocéis el significado de este mito histórico.

Rápidamente, Oliver sacó su agenda de la chaqueta con gran nerviosismo, y Altagracia buscó de forma acelerada un bolígrafo dentro de su bolso, lo que provocó que algunos objetos se le cayesen al suelo.

Doña Mercedes comenzó a garabatear unos signos en el papel sin dejar que se acercasen hasta que estuviesen terminados. Una vez concluido, mostró el criptograma de la firma resuelto:

Sum

Seruus Altissimi Saluatoris

Xriste María Yavé

: XPO FERENS./

—La firma expresa la profunda vocación de Colón por llevar la palabra de Cristo y la salvación al mundo entero. Como se puede ver, la parte superior está escrita en latín, y su significado es: «Soy el Siervo del Altísimo Salvador».

—Y ¿qué significa XPO FERENS? —preguntó el español, consciente de que estaba ante un hallazgo histórico.

—XPO es la abreviatura de Cristo, o incluso Cristóbal, que quiere decir «el portador de Cristo». XPO FERENS es una forma muy antigua para decir que él es el portador de Cristo, o bien, el que lleva a Cristo, que salvará el mundo.

—Entonces, se atribuye una especie de misión mesiánica a través de su firma.

—No —respondió doña Mercedes—. Se atribuye una misión mesiánica a través de su obra. La firma es sólo una forma de expresarlo.

Altagracia Bellido no pronunció palabra en un buen rato, absorta en sus pensamientos, al igual que su compañero de aventura, Andrés Oliver. Conocedora de la impresión que habían recibido tras descubrir uno de los secretos mejor guardados de los últimos quinientos años, la profesora también guardó silencio durante unos minutos.

Una vez asumido el mensaje, retomó las explicaciones que su antigua profesora estaba dando.

—Colón maduró durante muchos años su proyecto descubridor. Prestó mucha atención a temas proféticos y bíblicos, y llegó a escribir el Libro de las Profecías, donde intentó demostrar que su gran obra estaba predestinada en las Sagradas Escrituras. Su idea era evangelizar el mundo e incluso llegar algún día a conquistar Jerusalén gracias a la gran fortuna que sus herederos acumularían.

—Increíble —pronunció la joven.

—Sí, esto lo conocía —dijo el español—. Es sabido que entre sus proyectos de futuro estaba la recuperación de Jerusalén. La vocación religiosa del marino es bien conocida. Ahora la firma adquiere significado.

—Y ¿cómo continúa la historia después de esta revelación por parte del Almirante a sus hombres más fieles? —preguntó la secretaria de Estado.

—Dejadme que os siga contando. La resolución del enigma aún no ha terminado —continuó la profesora.

»La vuelta a Castilla supuso una enorme decepción para el Descubridor. La muerte de Isabel la Católica, que murió sólo unos días después de que arribara a la península Ibérica la expedición del cuarto viaje, hizo que el rey Fernando diese la espalda al hombre que había proporcionado un nuevo mundo a la corona, que intentó en repetidas ocasiones verle en audiencia para explicarle los pormenores del viaje. Las continuas tentativas del Almirante para mantener los derechos y privilegios acordados en las Capitulaciones de Santa Fe hicieron que el Rey viudo evadiese el encuentro con el Descubridor.

La historia narrada por doña Mercedes seguía atrapándoles.

—Es indigno cómo murió nuestro Almirante. Quizá no falleciese solo y pobre como se ha dicho muchas veces, pero indudablemente, sin los privilegios y las honras que deben acompañar la muerte de un personaje tan significativo en la historia de la humanidad —explicó la profesora—. Luego vendrían los pleitos colombinos que explicarían la desaparición de muchos documentos y la manipulación de otros tantos. Los herederos continuaron la labor comenzada por el Descubridor, en defensa de los legítimos derechos acordados antes del primer viaje.

—Esta etapa tuvo un coste muy alto para el Gran Almirante, porque cayó en el olvido a pesar de los esfuerzos de su hijo Hernando —dijo Oliver, contribuyendo a la narración de la profesora.

—Así fue. Ya sabéis que hasta el siglo XIX, con la celebración del Cuarto Centenario, no se recuperó la imagen heroica del marino y su gran gesta. Nuestra gente tuvo mucho que ver con este hecho, especialmente en Italia, donde se llegó a venerar la figura del genovés en la última parte del siglo.

—Y donde el capitán Enrico d’Albertis tuvo un papel estelar —razonó Altagracia.

—Efectivamente. Era uno de los nuestros, y dedicó buena parte de su vida a construir ese majestuoso castillo sobre el antiguo bastión. Allí se ubicó una gran cantidad de legajos disponibles, por ser un sitio muy seguro. Hasta que tú lo descubriste. Siempre confié en tu inteligencia, niña.

—Tuve suerte.

—Hablemos de objetivos —pidió Oliver—. Buscar el tesoro era uno de ellos, pero… ¿qué otros motivos había para guardar durante tanto tiempo documentos y organizar un sistema tan complejo de información?

—Pues es evidente. Queríamos ensalzar la figura de Cristóbal Colón, ponerle en el sitio que se merece.

»La isla La Española, luego convertida en la República Dominicana, fue el primer lugar donde se instaló la cultura europea en el Nuevo Mundo. Entre 1492 y 1504, el Almirante se movió por Santo Domingo más que por ningún otro sitio de América. Fue la primera ciudad de un nuevo continente, con el primer ayuntamiento, la primera universidad, la primera catedral, y también donde se dio la primera misa.

»¿Piensa usted que después de todo esto nuestro país está a la altura de las circunstancias? —preguntó la profesora.

El español movió la cabeza en señal de negación.

—No, no lo está —afirmó Altagracia.

—Por eso hemos estado luchando durante muchos años dentro de nuestra facción. Otros grupos, como los italianos, han luchado en defensa de la italianidad del marino, es decir, han querido defender la figura del Colón nacido en Génova, y nosotros hemos trabajado por dar valor al largo tiempo que el Descubridor pasó en esta isla, y su amor por ella.

—Sí, el Almirante siempre dijo que esta isla era la cosa más bella que ojos humanos habían visto nunca —apoyó la alumna.

—Y ¿de qué nos ha valido, si incluso los españoles han querido hacer creer que los restos los tenían ellos? —expresó con amargura doña Mercedes.

—Por eso pactaron ustedes con Richard Ronald —lanzó Oliver.

—Exacto. Ese tipejo sólo quería dinero. Tenía mucha información sobre nuestro sistema de documentación, y poco apoco fue conociendo nuestros objetivos. Cuando supo que podía llegar a tener las coordenadas del barco con cierta precisión, se lanzó a abrir monumentos creyendo que iba a encontrar con facilidad la posición.

—Y ¿por qué robó las tumbas? —preguntó Altagracia.

—Para poder pactar con nosotros. La idea fue ingeniosa y se le ocurrió a él solo. Robar los huesos de Sevilla y Santo Domingo y unirlos era garantizar que por fin teníamos al Almirante. Nos preparó el señuelo perfecto.

—Y ¿por qué dejó la firma de Colón en las fachadas del Faro y de la catedral de Sevilla?

—Para dejar claro que era él quien estaba detrás del hecho, y que tenía los restos. Quiso dejar este mensaje porque sabía que utilizamos ese sistema para rescatar los documentos de algún monumento cuando es necesario. Siempre que una facción nuestra necesita abrir un depósito, lo hace y deja la firma para indicar que ha sido alguno de los nuestros.

—Ronald era un tío listo, pero peligroso —afirmó Oliver.

—Una pregunta más, Mercedes —pidió la mujer—. Comprendo vuestro deseo de hacer este país más grande a través de la figura de Colón, tratando de crear un símbolo nacional, una especie de imagen de marca para que el mundo nos conozca.

—Así es.

—Pero… ¿es tan importante que los restos del Almirante estén aquí?

—Es que él quiso que fuera así. Tenemos documentos donde dice que quiere ser enterrado en esta isla. Deberíamos respetar su voluntad.

Doña Mercedes explicó el deseo expreso de Cristóbal Colón de ser enterrado en La Española. Así lo comunicó a su hijo Diego y a su esposa, doña María de Toledo, artífice del viaje de los huesos hasta Santo Domingo, y que fue enterrada en la catedral, junto a su marido y su suegro.

—Decidme, ¿os parece razonable que la familia Colón, que tantas riquezas y grandezas trajo para el Imperio español, no tuviese una mísera lápida por siglos? ¿Es así como trató durante cientos de años el Gobierno español a la familia Colón?

—Italia siempre ha reivindicado con mayor fuerza que vosotros la figura de Colón —afirmó Altagracia—. Incluso en Estados Unidos se venera al Almirante más que en España.

—No lo dude, señor Oliver. Las personas ilustres deben tener una lápida donde la gente pueda venerar el cuerpo allí enterrado y lo que representa para ellos. La Madre Patria sólo tuvo cadenas, obstáculos y cicatería para el Colón que tanto la distinguió, que tanto engrandeció el país.

—Y por eso habéis construido para el Almirante una nueva tumba, digna de un faraón —reflexionó la alumna.

—Sí, así es. Llevamos más de cien años construyendo una nueva tumba bajo el primer templo del Nuevo Mundo, aprovechando una extraña cimentación original que lo permitía. Nuestra intención era demostrar que los restos de Santo Domingo son los auténticos. Pero llegó el americano y nos ofreció una idea genial. ¡Los dos grupos de restos! Esto era asegurarnos, por fin, que nuestro querido Almirante iba a estar aquí, en nuestra tumba.

—Y ¿qué acordaron? —interrogó el español.

—El intercambio de la información del pecio por los restos, sujeto al rescate del cofre. Los beneficios del hallazgo serían repartidos de la siguiente forma: un cuarto del tesoro sería para nosotros, con objeto de terminar la nueva tumba, y el resto sería para él.

—¡Vaya trato! —exclamó la joven.

—Sí —le contestó su mentora, mientras corregía su postura en la cama y se alisaba el cabello—, hemos buscado el cofre durante años por distintas razones. Siempre hemos sabido que contenía grandes sumas de dinero. El oro, las joyas y las perlas que encontró Ronald en el cofre valen una inmensa fortuna. Nosotros, los dominicanos, siempre hemos aspirado a utilizar esa riqueza para la creación de una nueva nación, más potente y poderosa, y adquirir la posición que creemos merecer en el concierto internacional.

—¿Qué propondrá hacer con los restos tu Gobierno? —preguntó Altagracia al español.

—Bien, mi Gobierno tiene muchas cosas que decir. Ahora debemos decidir lo que hacer con el conjunto de los restos. Ojalá todo esto sirva para valorar al Almirante, después de tantos años. Espero que haya valido para algo.

*

El malecón ofrecía una imagen nunca vista por el español. Los tonos azules y verdes turquesa del agua cálida se mezclaban a ratos, presentando combinaciones sorprendentes. Hasta ahora no había tenido tiempo suficiente para apreciar la bella imagen del mar Caribe vista desde la habitación del hotel.

La intensidad con que había vivido estos pocos días en esta ciudad le había impedido visitar el país como otros muchos turistas hacen cada año.

El hermoso día y la tranquilidad que produce la maleta hecha y lista para partir, una vez resuelto el trabajo que le había traído aquí, le producían sensaciones contradictorias.

Por un lado, no había podido visitar la bella República Dominicana, la auténtica perla del Caribe. Millones de personas visitaban cada año las playas y disfrutaban de los espectaculares paisajes y escenarios naturales, y él, no había podido hacer eso ni un solo día. Sin lugar a dudas, tendría que volver algún día y descubrir la tierra que enamoró a Cristóbal Colón.

Por otro lado, la satisfacción que le producía haber resuelto el caso le transmitía un placentero sosiego.

Pero había algo más en su interior.

Tantos días junto a Altagracia, tantas aventuras compartidas, y lo ocurrido con el malogrado Edwin, le producían sentimientos ambiguos.

Habían quedado para cenar antes de su partida al día siguiente. Una vez más, pensó que la soledad es una condición del ser humano. Él siempre había apostado por gozar de su intimidad en el retiro que garantizaba su vida despoblada de seres cercanos. Tenía poco tiempo para ordenar sus emociones y actuar en consecuencia.

*

Era la última tarde que iban a estar juntos. Al día siguiente, cogería el vuelo hacia Madrid y habría acabado el caso. Sólo quedaba conocer la posición de sus superiores y del Gobierno español para que todo terminase, y se resolviese qué hacer con los documentos encontrados y con los restos. Pero eso no dependía de él. Sin embargo, otros temas sí que necesitaban de decisiones rápidas.

Altagracia llegaba caminando con su grácil contoneo hacia él. Un vestido color canela sintonizaba perfectamente con el tono de su piel.

Nunca la había visto tan elegante, tan sensual.

En cierta medida, era su primera cita no profesional. Todos los anteriores encuentros se habían debido de una u otra forma a motivos relacionados con el caso que les había ocupado durante semanas. Ahora, si ella había accedido a la cita, era por otras razones.

—Vaya, estás encantadora —le dijo él ofreciéndole la mano, que ella tomó de inmediato.

—Es que hoy no estamos trabajando —le contestó con una amplia sonrisa.

El restaurante Vesubio, frente al mar, presentaba un ambiente propicio para hablar y probar una excelente cocina. El sitio, como era habitual, lo había elegido ella. Una exquisita decoración habría de dejar paso a un delicioso conjunto de platos que contribuyeron a crear una agradable velada.

La mujer expuso numerosos testimonios de su vida profesional, y la dificultad que entrañaba realizar su función en condiciones tan difíciles como las que ofrecía su país, con una clase política más orientada al lucro fácil que a la verdadera realización de grandes acciones positivas para el pueblo dominicano.

En este sentido, comprendía la gran obra, los grandes objetivos que habían llevado a ese conjunto de personas, con doña Mercedes a la cabeza, a luchar por unos ideales que entendían eran muy loables. Si algo necesitaba ese país, era un gran revulsivo que acabase con el aislamiento, y llevase grandes estructuras empresariales y culturales a la vieja nación.

Si una vez ése fue un territorio fuerte, centro de las actividades comerciales del Nuevo Mundo desde donde se llevaban a cabo todas las operaciones en el Caribe, ¿por qué no recuperar el nivel alcanzado en el concierto internacional cientos de años atrás?

—Por eso estoy sorprendida. Durante unos días he pensado que mis amigos eran unos delincuentes, y ahora pienso que son los salvadores de la patria. Imagínate qué sorpresa —dijo la mujer, mostrando una de las mejores sonrisas de su repertorio.

—Me ha parecido increíble lo que han hecho. Yo también estoy sorprendido de que esta gente tuviese las ideas tan claras y luchasen por unos objetivos tan limpios. Pero creo que hay formas más fáciles de hacer avanzar a una nación. Déjame que te cuente las apreciaciones que tengo sobre este país —propuso el hombre.

Le narró su visión de lo que había visto en esos días, y las ideas previas que tenía antes de ese increíble viaje. De alguna forma, había percibido que los dominicanos tenían una sensación negativa sobre su futuro. Sin embargo, la visión externa era bien distinta. Desde el resto del mundo, Oliver estaba convencido de que lo que se veía era un país estable, democrático, y con unos recursos turísticos inagotables.

—Pienso que sois un poco pesimistas, y que os veis a vosotros mismos peor de lo que os vemos desde fuera. Tenéis que luchar más por conseguir las cosas que deseáis, y ya veréis como el país avanza.

—Y ¿en qué te basas para decir eso?

—Tenéis una ciudad única en América, con una zona colonial que ya la quisieran otras grandes ciudades del continente. ¿Le habéis sacado partido a eso? ¿Se ha recuperado y rehabilitado todo el espacio histórico? ¿Habéis hecho todo lo posible para que esta zona sea conocida en el mundo entero?

—Tienes mucha razón en lo que dices.

Un corto silencio permitió a la mujer cambiar de tema.

—Bueno, ahora hablemos de nosotros.

—Quizá sea mejor hacer eso con un buen trago de ron.

*

Fueron hacia un conocido bar de copas.

Atarazanas 9 ofrecía un ambiente realmente movido casi todas las noches. El edificio, situado en la plaza de España, debía de tener cientos de años. Los anchos muros delataban la antigüedad del inmueble, aunque este hecho pasaba desapercibido para la mayoría de las personas allí presentes, que se afanaban en una diversión sin límites aderezada por música del lugar, a un volumen tan alto que hacía vibrar las paredes de la sólida estructura.

Los intentos de la dominicana por hacer bailar al español fueron inútiles, por lo cual decidieron buscar un rincón más tranquilo para hablar.

Acoplados en un pequeño rincón, prefirieron los besos a las palabras.

Una sensual bachata sonaba de fondo.