Panamá
Luego que supo el Almirante la derrota, el alboroto y la desesperación de aquella gente, resolvió esperarlos, a fin de recogerlos, aunque no sin gran peligro, porque tenía sus navíos en la playa, sin reparo alguno, ni esperanza de salvarse, si el tiempo empeoraba.
HERNANDO COLÓN,
Historia del Almirante
La pequeña bahía de Playa Blanca, en el Parque Nacional de Portobelo, mostraba una belleza inusual para todos los presentes, salvo para los buceadores y expedicionarios de la XPO Shipwreck Agency, acostumbrados a sumergirse en este tipo de playas caribeñas, donde el azul del cielo se confundía con el verde turquesa de las cálidas aguas, que, gracias a su límpida transparencia, dejaba ver los arrecifes de coral desde la orilla misma.
Los manglares cercanos, rodeados de arena blanca, terminaban de perfeccionar un escenario sublime.
Habían alquilado unas cabañas de madera no muy lejos del mar para albergar a la expedición, incluido al propio Richard Ronald, durante los siguientes días.
El tiempo había respondido a los pronósticos y ofrecía una mejoría transitoria que permitía abordar el inicio de las inmersiones sin grandes dificultades. La posibilidad de retrasar la inmersión hasta que se supiese la trayectoria exacta del huracán, o incluso posponer toda la búsqueda hasta que hubiese pasado había sido desechada de inmediato prácticamente por todo el equipo. Tanto Ronald como Oliver pensaron que si las actividades no presentaban peligro, lo mejor era comenzar la búsqueda cuanto antes.
John Porter parecía el más interesado en iniciar los trabajos. Dado que su profesionalidad tranquilizaba al resto del equipo, todos confiaron en él para tomar la decisión final.
Una vez aprobado el inicio de los trabajos, se convirtió en el líder de la expedición y responsable absoluto del desarrollo de las actividades. Su primera decisión había consistido en trasladar todos los sofisticados equipos de rastreo desde otras instalaciones cercanas hasta este nuevo emplazamiento, lo que ayudaría a localizar con más precisión el pecio. En realidad, esos costosos aparatos ya no eran necesarios en la decena de puntos de la costa panameña que llevaban años investigando. Ahora, por fin, tenían la certeza de que estaban en el lugar correcto. Había pasado por ese sitio cientos de veces, e incluso había buceado en alguna ocasión en la bella Playa Blanca, pero nunca había encontrado el más mínimo rastro. Ahora, allí concentraría todos sus recursos y sus esfuerzos.
Aunque no era un hombre que se dejara guiar por sus intuiciones, un fuerte instinto le empujaba a creer que en aquella playa el Almirante había abandonado La Vizcaína, debido a los temporales y al mal estado de la nao. Imaginó que la pequeña bahía había proporcionado las condiciones adecuadas para guarecerse de las inclemencias del fuerte viento que debió de sufrir antes de ser evacuada. El mismísimo Colón había dejado escrito en su diario que no podía seguir navegando. Había sobrevivido a las tempestades del mar Caribe, pero esta vez, la nave estaba herida de muerte por un enemigo de diminutas dimensiones: la broma.
Si un marino tan experimentado como el Descubridor, que había atravesado medio mundo navegando, se viera forzado a dejar una nave en plena tormenta, seguro que habría elegido para hacerlo una pequeña bahía como aquélla.
*
Por la tarde, el espacio de trabajo comenzaba a parecer más ordenado de cara al inicio de las inmersiones.
Ronald había conseguido un pequeño submarino con objeto de seguir de cerca las operaciones de los buceadores. Para ello, tuvo que pagar el equivalente a un año completo a una empresa turística que lo utilizaba con la finalidad de mostrar a los visitantes el fondo marino. Ese sumergible les permitiría estar junto a sus hombres, sin necesidad de utilizar complicados trajes y equipos de submarinismo. Además, el americano no estaba en condiciones físicas de acompañar a los miembros más jóvenes de la expedición.
La inmersión iba a empezar.
—Bien, señores, vamos a comenzar —anunció Ronald, que aprovechó la megafonía del sumergible para lanzar una arenga a todos sus hombres—. Quiero decirles que vamos a rescatar una nave no sólo de valor histórico incalculable, sino que también es el barco más antiguo jamás encontrado en estas aguas y en todo el continente americano. Que Dios nos ayude.
Los primeros botes partieron mar adentro rastreando en primer lugar las posibles ubicaciones que, en función de la experiencia de la decena de hombres que participaban en la expedición, podían contener barcos sumergidos. Al cabo de un rato, la bahía entera lucía un gran rosario de embarcaciones, sumidas en una actividad frenética.
Oliver y Edwin decidieron acompañar a Ronald en el paseo en submarino, al carecer ambos de experiencia en inmersión.
El interior de las aguas ofrecía un espectáculo increíble. Aguas limpias y transparentes, con suaves tonos verdosos acogían una gran multitud de especies marinas. Los peces tropicales de variados colores invadían la amplia superficie acristalada del submarino, y en determinados momentos, impedían ver más allá de unos metros. El coral tropical localizado en algunas zonas concretas del fondo marino, con una diversidad interminable de colores y variedades, daba el toque final a un paisaje espectacular.
El americano fue ordenando al piloto distintas rutas en función de la actividad que iba viendo en sus hombres. Dado que el barco colombino llevaría hundido más de quinientos años, debido al paso del tiempo, de las corrientes marinas y a multitud de huracanes y tormentas tropicales, el pecio podría estar cubierto completamente por la fina arena que llenaba todo el fondo.
Para despejarlo, los buzos utilizaban máquinas manuales que expulsaban una fina corriente de agua, que limpiaban el fondo marino en aquellas zonas que los sofisticados aparatos de búsqueda situados en los barcos detectaban. Esto provocaba que por momentos las aguas se tornasen menos transparentes.
Cuando el sonar indicaba un punto concreto, varios hombres acudían hacía allí, uniendo los chorros lanzados por sus máquinas para limpiar más rápidamente el lugar señalado.
Oliver disfrutó intensamente del paseo en submarino. Al bello espectáculo que le ofrecían las aguas del mar Caribe se unía la satisfacción de participar en una misión que se podría calificar de histórica. Pocas veces un investigador como él iba a colaborar en algo como aquello. En cuanto pudiese, llamaría a su tío Tomás para narrarle esta experiencia. Sobre todo si llegaban a encontrar La Vizcaína.
Edwin, por su parte, no conseguía quitarse de la cabeza la última imagen de la mujer que amaba, cargada de maletas de regreso a Santo Domingo. Los planes que había ido elaborando en los últimos días incluían en todos los casos la vuelta a casa juntos. La escasez de momentos a solas con Altagracia, debido a la intensidad del caso que estaban viviendo, le había dificultado conseguir su objetivo. En ese momento, sólo le quedaba terminar aquí y retomar la relación en su país. Cuanto antes mejor.
Ronald no perdía de vista ni un solo minuto el desarrollo de las actividades. La potente radio del submarino había sido conectada al centro de control del rescate y todo lo que iba aconteciendo era inmediatamente recibido por él.
Las tranquilas aguas se volvieron muy turbias. Los barcos habían detectado, al menos, tres posibles localizaciones en esa zona. La limpieza del fondo se hacía necesaria para realizar una inspección visual.
Con la caída de la tarde, la luz existente no permitía avanzar en la búsqueda. Además, la gran cantidad de arena levantada hacía prácticamente imposible la misión.
El americano consultó con John Porter y ambos decidieron posponer los trabajos para el día siguiente, no sin cierta resignación.
*
Las cabañas resultaron más confortables de lo previsto. El pueblo más cercano estaba a unos diez minutos. Buena parte de la expedición decidió cenar allí, y en consecuencia, los escasos restaurantes disponibles tuvieron serias dificultades para dar de comer a tanta gente.
Oliver notó que en el pueblo tenía cobertura en su teléfono móvil. No obstante, aún no iba a llamar a nadie para contarle la gran aventura que estaba viviendo.
Ronald había conseguido una reserva en el restaurante que les habían recomendado como el mejor de la zona. En la mesa, el americano pidió que se sentasen con él tanto Porter como el español y el dominicano. El tema de conversación no podía ser otro que la búsqueda del pecio.
John hizo una síntesis de los informes que le habían transmitido los jefes de los equipos de buceadores. Al menos, dos puntos concretos parecían contener algo de interés.
—No me cabe duda —dijo—. Mañana, cuando se deposite la arena que hemos removido hoy, podremos ver con nitidez de qué se trata. En unas cinco horas el fondo marino se habrá asentado de nuevo.
—Bueno, eso esperamos todos —le indicó su jefe.
En ese momento, el teléfono móvil de Oliver sonó con fuerza. La llamada era de Altagracia, para interesarse por la misión.
Edwin sintió un vuelco en el estómago. ¿Por qué no le había llamado a él?
Oliver le preguntó por el viaje y le transmitió una completa información de lo acontecido ese día. Le pidió prudencia en sus investigaciones allí y le deseó suerte. Al colgar, la primera pregunta del dominicano fue si había preguntado por él. El español resolvió la situación diciendo que parecía muy cansada después de tantos días de viaje y que ya le llamaría.
*
Acabada la cena, los comensales utilizaron los coches de vuelta a las cabañas para descansar hasta el día siguiente.
En el restaurante, varios camareros cruzaron sus miradas. Uno de ellos se acercó a otro y le susurró algo al oído.
El propietario del establecimiento les indicó que se dedicasen a recoger los restos de las mesas y procedieran a limpiar el suelo.
Cuando todos hubieron salido, les recriminó la falta de discreción.
La misión que les habían encomendado ya era de por sí complicada para incurrir en fallos estúpidos. No podían errar en un momento tan importante.
*
La siguiente jornada de trabajo comenzó iluminada por los primeros rayos del sol, velados por nubes que avanzaban desde el este. A pesar de ello, una suave brisa soplaba desde el interior del mar, proporcionando una agradable temperatura, óptima para la inmersión.
La excitación entre los buceadores era evidente. Un grupo de gente experta en buscar sin descanso reliquias del pasado, como eran ellos, en caso de que alcanzasen el objetivo que perseguían, tenían asegurado el trabajo durante muchos años en las mejores expediciones.
Los primeros botes iniciaron su incursión en las aguas de la bahía parsimoniosamente.
Porter había ordenado inspeccionar antes de nada el fondo marino, sin remover tierra alguna. Una vez realizada la prospección, el resultado sería comunicado y se darían nuevas órdenes.
El primer grupo de buceadores se abalanzó sobre el objetivo inicial del día. El potente y sofisticado sonar había detectado la presencia de algún elemento de cierto tamaño oculto entre las arenas. Una vez limpia toda el área, podrían ver de qué se trataba.
El primer buzo explicó el resultado de la visualización del objeto.
Se trataba de un conjunto de piedras de tamaño medio con algunas maderas y otros objetos atrapados por el entramado rocoso. En ningún caso parecía posible que allí hubiese algo de valor. Porter anunció por la radio a todos los presentes que era normal. No debía cundir la decepción entre los miembros del equipo.
El segundo grupo de buzos inició la zambullida a partir de la señal del americano. A los dos minutos de la inmersión nadie comunicaba nada. Tuvo que pedir a los hombres que diesen algún tipo de información. El silencio continuó durante algún minuto más, que pareció un siglo a todos los presentes.
De pronto, uno de los buzos gritó algo ininteligible.
El jefe de la expedición pidió calma y solicitó que los buzos de ese equipo transmitiesen información relevante sobre lo encontrado.
—John, soy Michael. He visto un trozo de madera muy largo. Podría ser la quilla de una nave, no me cabe duda. Parece antiguo. Déjame que me acerque más.
El grupo de personas que participaba en la misión quedó completamente en silencio. Los buzos continuaban su trabajo mientras Ronald, a bordo del submarino, apretaba los dientes.
—Sí. Te puedo confirmar que hemos encontrado un pecio. Y parece muy antiguo —anunció el submarinista.